Comentario
El barroco español del siglo XVIII es un sistema, cualquiera que sea su medio de expresión, esencialmente decorativo. Despliega en numerosos casos todos los recursos de la imaginación, por lo que parece pretender igualar el estallido de los mosaicos y mármoles medievales o los grutescos de pleno renacimiento. No obstante, en el siglo XVIII se pretende matizar la exuberancia decorativa que se presenta en versiones originales, dispuesta bajo una retórica que alcanza con frecuencia un carácter apasionado. Las composiciones enlazan y prolongan el juego de la arquitectura y en ella se exige un esfuerzo de contenido casi equivalente a los cuadros de caballete.En el esfuerzo constante por dar a la representación pintada o esculpida una organización específica, la decoración ha dejado de oscilar hacia la exclusiva arbitrariedad de la fantasía y el repertorio religioso. Se inclina en el siglo XVIII a expresar un punto de vista de contenido más universal, el cual subraya el deseo de un idealismo intelectualista, que se reconoce en el gusto por las ficciones de la mitología, la predilección por la alegoría, por la historia, por la ciencia, etc., que pone en evidencia el carácter culto y moralizador de la época, así como la cultura del artista.Esta orientación fue vigorosamente definida en edificios de aspiración monumental, los cuales fueron, a través de un mensaje, afirmando y precisando los caracteres de la específica función de sus espacios, ofreciendo en su fachada principal el corolario de su destino. Los mensajes científicos, históricos y alegóricos constituyen una modalidad de expresión de la que careció el siglo XVII pues están destinados a poner en valor un arte que muestra sus preocupaciones por un excepcional liberalismo cultural, desligado de la piedad barroca obsesiva. Se franquea un umbral y se alcanza la idea del concepto de organismo arquitectónico magnificado, a través de la representación visual de lo profano.Un número destacado de monumentos testimonia la precisión de tales ejercicios de representación, para lo cual se rechazan los contenidos fáciles o los medios considerados como artificiosos o sin contenido. Destinados a poner en valor la calidad plástica de esculturas, pinturas o relieves, el genio intrépido y erudito del artista busca una nueva manera de expresión bajo el estímulo de un buen decorador que se siente poderosamente atraído por las inquietudes intelectualistas de su época.Debería ser suficientemente apreciado el valor documental que aparece en este diario de imágenes dotado de un encanto penetrante, que extrae toda su sustancia de la revisión al saber de aquel período. Convertido el artista en ese investigador que escudriña el pasado histórico, los ideales legendarios o el atractivo de lo empírico, nos muestra una experiencia nueva a través de la cual expresa en su obra su maduración política, social, intelectual y científica, entrando en el marco del mundo moderno, en el que se afirma la necesidad de una conciencia exacta de la correspondencia de las formas con la utilidad de los edificios, con los medios o con las funciones a las que se destinan.Tal perspectiva comienza a ser cuestionada en el giro, más libre, que buscaba la cultura barroca española desde los comienzos del siglo. Estas especulaciones de carácter nuevo quedaron reseñadas en determinadas iniciativas arquitectónicas, entre las cuales queremos resaltar algunas que consideramos del mayor interés.La fachada de la Universidad de Valladolid (1714) se traza con la pureza y aspiración de la mejor proyectiva retablística barroca. Es una feliz tentativa de ordenación monumental en la que el autor, F. P. de la Visitación, con habilidad y riqueza de temperamento, extrajo aquello que mejor podía servir a elevar el tono de su decoración. La fachada está compuesta por un orden gigante tetrástilo corintio, alzado sobre altos pedestales. El frente de piedra se corona por un potente edículo. Tres cuerpos, ordenados en esquema vertical, servirán de habitáculo a un programa iconográfico albergado en hornacinas y espaciado por los interejes, la calle central y el frontispicio del remate. La escultura corre a cargo de Antonio Tomé y de sus hijos Narciso y Diego. El espíritu de invención que en el programa aparece lo constituye la interpretación de la Sabiduría y de aquellos que la respetan y la impulsan. Las esculturas son alegorías de la Ciencia que se imparte en la Universidad; por ello aparecen en el primer cuerpo la Retórica y la Geometría, en el segundo la Teología, la Ciencia Canónica y la Ciencia Legal, y en la cumbre la Astrología, la Medicina y la Filosofía.Como colofón, en lo más alto, la Sabiduría. La versión brillante del saber se complementa con las imágenes de los reyes que protegieron la Universidad a lo largo de la Historia. Es la imagen simbólica de la protección de la ciencia que se encarna en la Monarquía y en nombres como Juan I, Alfonso VII, Enrique III y Felipe II, soberanos que aparecen sobre la balaustrada. Es una obra razonadora, que justifica cada detalle por puntuales razones históricas, científicas, académicas, y que ha quedado en la vanguardia del siglo XVIII como un testimonio de una nueva inquietud artística y semántica.En el Colegio de San Telmo de Sevilla (1734), obra de Leonardo de Figueroa y fundación para escuela de mareantes y formación de marinos para la flota española, la fachada principal se rige por los mismos principios. Articulada en vertical con potentes pilastras y dos cuerpos principales, también se corona por un edículo, trasladando al exterior el cuerpo de un retablo. Perfeccionada hasta en los efectos de detalle más mínimos, ofrece en su dinámica pujante un contrapeso a la horizontalidad del edificio. Son Atlantes los que sostienen la peana y los dinteles del balcón principal dominados por la mecánica expresiva del arte profano de la Antigüedad. En su engranaje barroco el artista se ha servido de un espectacular programa iconográfico renovador. El edificio desde el exterior pregona su propia función de preparar marinos para la flota de las Indias. Es este mundo geográfico el que se expresa en sus relieves. Se representan las Ciencias y las Artes que se enseñan en el recinto. Se muestran, hasta con ostentación, esculpiendo en las peanas su nombre, y así están presentes la Astronomía, la Náutica, la Geometría, la Pintura, la Aritmética, la Arquitectura, la Escultura y la Música. En lo alto, los protectores monárquicos, san Leandro y san Hermenegildo, a los que acompaña san Telmo como patrón de los navegantes. En el centro, un medallón con la imagen de Felipe V encarnando a la Monarquía como fiel protectora de la sabiduría de los hombres.Se ejecuta en la misma dirección el programa iconográfico de los lienzos principales de la Plaza Mayor de Salamanca (1720-1755), por obra de Alberto Churriguera y de Andrés García de Quiñones. En el frente del Pabellón Real y Casas Consistoriales se centralizan los contenidos más importantes. En el primero presiden las Armas Reales y san Fernando como protector de la Monarquía. Los pináculos terminan en flor de lis, atributo de la monarquía borbónica. Las efigies de los monarcas aparecen sobre medallones y abarcan la serie completa de monarcas castellanos, desde Alfonso XI a Fernando VI. Los Reyes Católicos y Felipe el Hermoso con Juana la Loca aparecen emparejados. Se incluyó al final el busto de Carlos III en uno de los medallones de las Casas Consistoriales. Felipe V aparece por tres veces y también figura la reina Isabel de Farnesio.Otra serie se dedica a los héroes de la historia nacional. Guerreros, capitanes, caudillos, descubridores y conquistadores. Así aparecen Bernardo del Carpio, el Cid Campeador, el portugués Pelayo García Correa, Guzmán el Bueno, el Marqués de Villena, el Gran Capitán, Ponce de León, Pizarro, etc. La escultura estuvo a cargo de Alejandro Carnicero. Los jalones decisivos de la historia patria quedaron corporeizados por los reyes y por los hombres insignes. En la fachada del Ayuntamiento, y bajo la protección del apóstol Santiago patrón de España, las alegorías de la Justicia, Prudencia, Fortaleza y Templanza, el fundamento ético de todo buen gobierno.También en la fachada del Hospicio madrileño de San Fernando (1720) Pedro de Ribera se muestra con la misma elocuencia. La fachada principal, pulida con la delicadeza de un material noble, se despliega en un formidable giro ascendente, desarrollando las formas o comprimiendo el gesto de las figuras sin faltar a la claridad absoluta, tanto en el conjunto como en el detalle. Logra la más completa articulación de los planos, lo cual asegura su armonía y la visión plástica integral que la caracteriza. Pero también se aprecia en su programa iconográfico escultórico, ejecutado por J. V. Ron, la heroización monárquica como protectora y benefactora de los hombres. Los encuadres de follaje, el cortinaje que le imprime el carácter de espectáculo a la representación, el poderoso encadenamiento figurativo, ondulante y lleno de vitalidad, descubriendo al espectador el poder de las formas gigantes, es un simbolismo explícito de imágenes dominadas por la vida.El riguroso marco escultural representa la aspiración de la monarquía como guía protectora y renovadora. Se mantiene la disposición de la fachada, libre del monumento en el aspecto físico, pero no de su función. Nos muestra con acento visible, casi furioso por la inquietud del genio del artista, el valor de las formas visuales como expresión de lo que representan. Ribera se inclina por la escenografía teatral donde triunfan tantas veces sus dotes de maestro de la perspectiva, y también por su gusto por una arquitectura visualizada desde un entorno al que potencia el edificio y decora, dando paso a sus dotes de gran urbanista. Pero en su organización compleja confiere un valor al mensaje alegórico, de raíz laica más que religiosa. Convierte su obra en telón donde se proclama el proteccionismo monárquico por la obra benéfica. Es un mensaje tras el cual se puede adivinar la función del edificio. La decoración barroca transmite el mensaje político de la monarquía.También la fachada del Palacio del Marqués de Dos Aguas en Valencia (1732), fruto de la colaboración de dos artífices, H. Rovira e I. Vergara, nos muestra a través de una bella y elegante disposición de estilo rococó, en la que se entrelazan rocallas y elementos vegetales, una exaltada alegoría al título nobiliario de los propietarios del edificio y un poema descriptivo de la fecundidad de las tierras de la comarca valenciana encarnada en dos corpulentas figuras masculinas que personifican a los dos importantes ríos, Júcar y Segura. A los pies, grandes odres vierten un abundante caudal de agua.Del mismo modo, en el Gabinete de Ciencias Naturales (actual Museo del Prado), edificio que condensa toda la poética artística de Juan de Villanueva (1786), no se elude su homenaje a la Ciencia y a las Artes, a la Sabiduría, a través de un repertorio iconográfico inspirado en la mitología clásica, como asimismo se enaltece a sus protectores. Bajo el mismo efecto ornamental se decora la fachada de la Universidad de Oñate, la Universidad de Cervera, el Palacio madrileño del Real Correo, etc. Articulándose siempre en la fachada principal de los edificios representativos del siglo XVIII, el ornamento arquitectónico se ha puesto al servicio incondicionado de ofrecer un mensaje explícito con una idea más clara de la historia humana española, en su progreso científico, en sus valores profanos. El arte vino a ser propaganda de la renovación cultural y científica de Felipe V, de sus disposiciones a favor de la creación de las Academias, de la Biblioteca Nacional, del Gabinete de Historia Natural y de Botánica, de la Escuela de Veterinarios, de la Dirección de Trabajos Hidrográficos, de la Escuela de Ingenieros de Caminos, del Gabinete de Máquinas del Buen Retiro, o la Escuela de Arquitectura Hidráulica. Toda esa gran empresa llegó a estar resumida en la "Instrucción reservada..." redactada por Floridablanca en 395 puntos que afectan a educación, administración, gobierno, academias, etc. Ya Amor de Soria puso en evidencia la "Enfermedad chronica de España... sus causas y sus remedios" en 1741, males que Maravall supo admirablemente analizar en su investigación puntual sobre "Tendencias de reforma política en el siglo XVIII".En el marco de la nueva cultura barroca del siglo XVIII, el control a los sistemas de residencias reales marca una posición directora. Se procede a una investigación en cuanto afecta a valores de utilidad y de funcionamiento, sin embargo, el proceso especulativo que aviva en el fondo, entrevé una clara emancipación de las formas convencionales, enfatizándose el diseño a través de una proyectiva rica, elocuente y ostentosa. De muy poco servían ya las recomendaciones de Lescot, ni aquellas que elaboraron Jacques Androet Du Cerceau el Viejo en su "Livre d´architecture" con novedoso acento, o Serlio en su "Libro Sexto". Tampoco "Le plus excellents bastiments de France" que había sido libro permanente de consulta a lo largo del siglo XVII, al igual que la aportación en este campo realizada por Louis Savot de la que haría un sustancioso comentario F. Blondel sobre la edición de 1685, y la reflexión llevada a cabo por Pierre Le Muet, tratados que en su conjunto habían sistematizado las formas de las viviendas de alto rango y de otras diversas categorías, en el curso de una larga etapa.